1 de diciembre de 2023
Autor:
Emilio Gracia
El Real Madrid culminó un inolvidable año 1998 coronándose campeón intercontinental en Tokyo hace ahora 25 años, venciendo al Vasco de Gama de Brasil.
El 1 de diciembre de 1998, hace ahora 25 años, el Real Madrid hizo cumbre en la cima del fútbol por segunda vez en su historia. La ascensión se culminó en Tokyo 38 años después de que el equipo de las 5 Copas de Europa de Di Stéfano, Puskas y Gento, inaugurase el palmarés de la competición que enfrentaba al campeón de la Copa de Europa frente al de la Libertadores por el título de mejor equipo del mundo. La victoria frente al Vasco de Gama brasileño puso el broche de oro a un año, 1998, que puede considerarse como el más importante de la historia del club.
El 20 de mayo el R. Madrid regresó por la puerta grande a la élite del fútbol europeo tras 32 años de larga espera, venciendo contra pronóstico a la Juventus en la final de la Liga de Campeones disputada en Ámsterdam. El hambre de triunfos del equipo presidido por Lorenzo Sanz y la sed de gloria de una afición que empujó como nunca, hicieron que el madridismo, en una comunión inolvidable, enterrase todos los fantasmas para lograr la Séptima, la copa de las copas.
Eran las 11.00 horas en España (19.00 horas en Japón), cuando el balón echó a rodar en el estadio olímpico de Tokyo, lugar en el que desde 1980 se disputaba a partido único la Copa Intercontinental bajo el patrocinio de la multinacional automovilística Toyota. El Marca y el AS valían 125 pesetas (0,75 euros) y el Madrid era entrenado por el holandés Guus Hiddink. Llegaba con dudas el campeón de Europa. En Liga, tras once jornadas, ocupaba el 4º puesto de la tabla con 18 puntos, 4 por debajo del Mallorca, líder en aquel momento. Seis días antes de la final el Madrid había caído derrotado por 3-1 en San Siro contra el Inter de Milán en la penúltima jornada de la fase de grupos de la Liga de Campeones, en un disputado partido decidido en los últimos minutos con dos goles de Roberto Baggio.
La tensión era máxima. La fragilidad defensiva preocupaba al cuerpo técnico y estaba en boca de todo el mundo. Contra el Inter de Milán Hiddink decidió blindar el equipo con tres centrales y dos carrileros, esquema que repetiría contra el Vasco de Gama. El ambiente estaba cargado y las críticas por la falta de contundencia en la retaguardia se multiplicaban desde todos los flancos. Dos días antes de la final Iván Campo y Seedorf se enzarzaron en una pelea durante un entrenamiento captada por fotógrafos y televisiones de todo el mundo.
Formó el Madrid con Illgner en la portería, Hierro de líbero, Sanchís y Fernado Sanz como centrales, Panucci en el lateral derecho y Roberto Carlos en el lateral zurdo. Ocuparon la sala de máquinas Redondo y Seedorf; con Savio, Mijátovic y Raúl en la delantera. Suker y Morientes, los dos nueves puros del equipo, calentaron banquillo. Hiddink buscó blindar al equipo en defensa y profundidad en ataque, con tres delanteros con mucha movilidad que entorpeciesen la labor de los centrales brasileños, acostumbrados a tener bajo su radar a un nueve clásico. El peligro del Vasco de Gama estaba en el lateral zurdo con Felipe, jugador que se especulaba podía discutir la titularidad a Roberto Carlos en la selección de Brasil, el imaginativo Juninho Pernanbucano en la media, y el potente delantero Donizete, jugador difícil de marcar por su imponente físico.
Un hipermotivado Roberto Carlos arrancó el partido como una flecha por la banda izquierda flanqueado por Savio. Durante el primer cuarto de hora Hiddink ordenó una fuerte presión tras pérdida que impedía a los brasileños trenzar jugadas con comodidad. La movilidad de Raúl en punta y el intercambio de posiciones entre Savio y Mijatovic traían a mal traer a los zagueros del Vasco de Gama. En el centro de campo Redondo se puso el mono de trabajo, quedando las labores de organización en manos del holandés Clarence Seedorf. En defensa, un imperial Hierro que reaparecía tras lesión, daba consistencia y seguridad al juego, además de contribuir con su calidad a la salida de balón mediante pases en profundidad a los delanteros. El plan se estaba ejecutando a la perfección.
El primer gol de la final llegó por la banda izquierda tras una internada de un omnipresente Roberto Carlos, cuyo centro chut fue desviado de cabeza por el centrocampista Nasa al fondo de las mallas. Era el minuto 22 y el partido se le ponía muy de cara al Madrid. Hasta el minuto 37 no creó peligro el Vasco de Gama merced a un saque rápido de una falta y una internada de Donizete por el flanco derecho del ataque.
El segundo tiempo se inició con el Madrid presionando en busca de un segundo gol que estuvo a punto de llegar en el minuto 50 tras una jugada de Mijatovic por la derecha que remató Raúl con su pierna mala. La final dio un giro en el minuto 55. Seedorf, que hasta ese momento había manejado con sutileta y fuerza el medio campo, perdió un balón tras un pase de Hierro que Juninho Pernambucano, tras una gran parada previa de Illgner, introdujo con maestría en la portería con un potente derechazo tras zafarse de Redondo.
El empate espoleó a los brasileños que hasta ese momento eran incapaces de hacer daño al Madrid. El partido se rompió por momentos. En el minuto 61 Raúl, de media volea, tuvo el 2-1 en sus botas. Tres minutos más tarde Roberto Carlos, decisivo en defensa y en ataque aquel día, sacó en la misma línea el tanto que hubiera puesto por delante al Vasco de Gama. Felipe en el 69 y en el 78 puso en aprietos a la zaga blanca con dos buenas internadas por el flanco izquierdo. Mijatovic, el héroe de la Séptima, pudo decantar la final por medio de una que vaselina que se fue fuera por poco. La final podía caer de cualquier lado.
El tiempo se paró en el minuto 83. Seedorf envió un balón largo a la espalda de la defensa brasileña que Raúl controló con sutileza. El resto es historia: cuatro precisos toques con la zurda para sentar con dos amagues a Claudemir Vítor y a Odwan, antes de definir con la derecha y hacer el 2-1 definitivo. Un gol digno de una final que encumbró a Raúl como uno de los mejores jugadores del mundo. Aquella genialidad pasó a la historia como el gol del aguanís en recuerdo de una jugada similar que el delantero hacía siendo un niño. Quedaban siete minutos de agobio en los que Fernando Sanz evitó la prórroga sacando bajo palos el esférico tras una salida en falso de Illgner.
El pitido final supuso una explosión de júbilo en Tokyo y en Madrid, donde cientos de personas se congregaron en los alrededores de la Cibeles para celebrar el triunfo pasadas la una de la tarde. El prestigio de la victoria fue el broche de oro a un año inolvidable.
Treinta y dos horas después de alzar al cielo de Tokyo la Copa Intercontinental la expedición madridista aterrizó en Barajas, de donde partió un autobús que condujo a la primera plantilla a Cibeles en medio de un gran jolgorio prenavideño. Sin los andamios ni la protección actual la diosa de origen griego acogió entre sus brazos a unos jugadores que, con el botín de la Copa Intercontinental, habían escrito una de las páginas más brillantes y recordadas de la historia del club.
R. Madrid: Illgner; Panucci, Fernando Sanz, Hierro, Sanchís, Roberto Carlos; Seedorf, Redondo; Savio (Jarni min 89), Mijatovic (Suker min 89) y Raúl.
Vasco de Gama: Germano; Vágner (Claudemir Vítor min 75), Odvan, Galvao, Felipe, Nasa, Luisinho (Guilherme min 85), Juninho Pernambucano, Ramón (Válber min 88); Donizete y Luizao.
Goles: 1-0 min 25, Naza en propia puerta tras centro de Roberto Carlos; 1-1 min 56, Juninho Pernanbucano; 2-1 min 83, Raúl.
Árbitro: Mario Sánchez (Chile), mostró tarjetas amarillas a Roberto Carlos, Fernando Sanz y Seedorf por parte del R. Madrid; y Nasa, Luizinho y Luizao por parte del Vasco de Gama.