5 de febrero de 2024
Autor:
Emilio Gracia
El 5 de febrero de 1984 la historia del Real Madrid sufrió una sacudida. Con 2-0 abajo en el marcador del Ramón de Carranza Alfredo Di Stéfano dio la alternativa a un joven de 20 años del que dijo “se le caían los goles”. El primer capítulo de la leyenda de Emilio Butragueño Santos estaba a punto de escribirse. Aquel joven rubio pecoso cayó de pie marcando dos goles para que el Real Madrid remontase el partido. El genial jugador que daría nombre a una generación de futbolistas irrepetible fue, curiosamente, el último de los componentes de la misma en debutar con el primer equipo.
La Quinta de Buitre, bautizada con ese nombre por el periodista Julio César Iglesias, había puesto patas arriba el fútbol español en la temporada 82-83 cuando de manera sorprendente el Castilla logró el título de campeón de la Segunda División. Era tal la expectación que generaba el equipo de los Butragueño, Michel, Sanchís, Martín Vázquez y Pardeza que durante muchos partidos el Bernabeú llegó a tener entradas que rozaban las 80.000 personas para verles jugar.
Emilio Butragueño durante la temporada 1984-1985. Imagen R. Madrid.
La carrera de Emilio Butragueño sería inimaginable en la actualidad. Su periodo de formación fue todo lo contrario al de cualquier chico que hoy llega a la élite. Aunque parezca extraño Butragueño no jugó en un terreno de juego de césped hasta los 18 años. Fue curiosamente el del Bernabéu el primer verde que pisó con tacos durante la edición del año 1981 del Trofeo Santiago Bernabéu, que por aquel entonces disputaban también los equipos juveniles como teloneros de los profesionales.
Entre los 10 y los 13 años, edad en la que los futuros cracks de ahora comienzan a despuntar, Butragueño hizo sus pinitos como base de baloncesto en el colegio Calasancio, tiempo durante el cual y según el mismo ha reconocido, no dio una sola patada a un balón de fútbol. El hecho de que el equipo de baloncesto jugase los domingos y no pudiese ir con su padre a la Sierra fue el acicate para que pasase a formar parte del equipo de fútbol, que disputaba sus partidos los sábados. Detalles en apariencia insignificantes que terminan marcando vidas.
Con 18 años pasó la primera prueba con el Real Madrid, que no superó. La insistencia de un amigo de su padre que tenía un hijo en los juveniles del club fue clave para que le diesen otra oportunidad. El Atlético de Madrid seguía de cerca sus andanzas pero a la segunda fue la vencida. Una brillante actuación en un partido amistoso ante El Escorial el 15 de agosto de 1981 con Luis Molowny en las gradas fue el pasaporte para entrar en las categorías inferiores del club de su vida.
Aunque parezca curioso Butragueño comenzó jugando de mediocentro ofensivo en el Real Madrid. El club le hizo ficha en el equipo de aficionados que militaba en Tercera División, periodo en el que compatibilizaba los entrenamientos en la vieja Ciudad Deportiva con el servicio militar. En abril del mundialista año 82 debutó en Segunda División con el Castilla en un partido frente al Real Oviedo en el Bernabéu. Aquel equipo de jóvenes descarados que rebosaban calidad empezaba a bordar el fútbol en la categoría de plata . El paso de muchos de ellos al primer equipo comenzaba a ser cuestión de tiempo.
Los dos goles en Cádiz en su puesta de largo con el primer equipo catapultaron a Butragueño al primer plano de la actualidad futbolística en un club necesitado de buenas noticias. El Madrid no pasaba por un buen momento en 1984. La era post Bernabéu venía necesitando de un impulso que no podía llegar en forma de grandes fichajes debido a la delicada situación financiera del club. Entre 1981 y 1984 la Real Sociedad y el Ath. Bilbao, con dos títulos de Liga cada uno, se repartieron la hegemonía del fútbol español. En la temporada 82-83, al Madrid se le escapó la Liga en la última jornada tras caer en Mestalla, además de perder la final de la Recopa contra el Aberdeen escocés y de la Copa del Rey ante el Barcelona de Maradona en el tiempo de descuento.
La Quinta del Buitre fue una bocanada de aire fresco que ilusionó a la afición merengue en un momento en el que el equipo no carburaba. Eran un grupo de talentosos futbolistas que, además, tenían inquietudes intelectuales y cursaban estudios universitarios, representando con naturalidad a la cambiante sociedad española de primeros de los años ochenta.
Butragueño en plena acción sobre el césped del Santiago Bernabéu durante la temporada 1987-1988.
Emilio Butragueño tenía unas cualidades futbolísticas que le situaban en las antípodas del prototipo de delantero centro de la época, de ahí su impacto. Ni era fuerte físicamente, ni destacaba por su juego de cabeza, cualidades que en aquellos años se presuponía tenía que tener cualquier punta que aspirase a triunfar en Primera División.
Butragueño basaba su juego en una combinación de técnica e inspiración que descolocaba a los rudos defensas de la época y entusiasmada a los aficionados. Manejaba a la perfección el juego al primer toque y era un consumado maestro de las paredes. Por decirlo de alguna manera fue un jugador que, siendo atacante, tenía la capacidad de ordenar el juego en la parcela ofensiva como si fuese un centrocampista organizador a base de precisos toques de primeras, descargas y apoyos que ejecutaba con una rapidez y naturalidad innatas. Dentro del área tenía un regate intuitivo y demoledor, un remate fino y una gran inteligencia para el desmarque. Cuando se paraba en seco ante los defensas y bajaba los brazos los espectadores contenían la respiración sabedores de que el genio iba a frotar la lámpara. “Ni yo mismo sabía lo que iba a pasar en ese momento”, decía Butragueño.
Tres meses después de debutar con el primer equipo blanco una inoportuna lesión muscular de Hipólito Rincón le abrió las puertas de la selección de cara a la Eurocopa de Francia 1984. No jugó ni un minuto en la fase final que acabó con España perdiendo de manera injusta la final contra la Francia de Platini en el Parque de los Príncipes, pero aquel torneo fue un máster para el Buitre, que absorbía conocimientos y experiencias futbolísticas como una esponja.
La temporada 84-85 fue la de su consagración. En octubre debutó con gol en la selección en un partido contra Gales en el Benito Villamarín de clasificación para el Mundial de México 86. En diciembre una actuación estelar contra el Anderlech belga en la vuelta de los octavos de final de la Copa de la UEFA le catapultó a la fama europea. Sus tres goles en el 6-1 que levantó el 3-0 de la ida fueron un verdadero terremoto. El Anderlech, considerado en aquel momento como uno de los mejores equipos de Europa, se diluyó como un azucarillo en el volcán de un Bernabéu inflamado ante la exhibición del Buitre.
Tottheham, vigente campeón del torneo, en cuartos, y otra remontada frente al Inter de Milan de Rummenigge en semifinales tras levantar un 2-0 en contra el Bernabéu, metieron al Madrid en la final de la UEFA frente al Videoton de Hungría a doble partido. Un 0-3 en la ida y una derrota intrascendete en la vuelta jugada en casa por 0-1 dieron al Madrid el primer título europeo desde la Copa de Europa de la temporada 65-66. Al año siguiente, con el Colonia alemán como rival en la final, se revalidó la UEFA. Los chicos de la Quinta causaban sensación en Europa.
Butragueño, con Michel al fondo, celebrando uno de los cuatro goles que marcó a Dinamarca en México 86.
Entre las temporadas 83-84 y 94-95 el Madrid de la Quinta del Buitre sumó seis Ligas (cinco de ellas consecutivas entre 1986 y 1990), dos Copas de la UEFA, dos Copas del Rey, una Copa de la Liga y cuatro Supercopas de España. Eran una máquina perfectamente engrasada que goleaba sin piedad a todo equipo que se cruzase en su camino. Hugo Sánchez, Valdano, Jankovic, Schuster, Maceda, Buyo o Gordillo, entre otros, complementaron un plantel de lujo armado alrededor de los chicos de la Quinta que tenía en Butragueño al jugador que todo el mundo quería ver.
En mitad de ese periodo triunfal Butragueño fue incluido en el once ideal del Mundial de México 86 del que también fue Bota de plata, obtuvo el Balón de Bronce en 1986 y 1987 y ganó el Trofeo Bravo que acreditaba al mejor jugador de Europa menor de 23 años en 1985 y 1986. En la temporada 90-91 fue Pichichi de la Liga con 19 goles. De blanco disputó un total de 463 partidos y metió 171 goles. Su brillante carrera se cerró en el Atlético Celaya de México, donde fue bautizado como «el caballero de la cancha».
La mala suerte en momentos puntuales hizo que el Madrid de la Quinta del Buitre, que disputó tres semifinales consecutivas de la máxima competición continental entre 1987 y 1989, no ganase la Copa de Europa. El partido ante el PSV Eindoven en abril de 1988 cuando un cúmulo de situaciones desafortunadas apearon al Madrid de la final por el valor doble de los goles marcados en campo contrario (1-1 en el Bernabeú y 0-0 en Paises Bajos), fue la gran ocasión de la Quinta para levantar la Séptima diez años antes de lo previsto.
Emilio Butragueño rechazó ofertas millonarias de los grandes clubes de la Serie A, la mejor competición del mundo en los años 80 y 90, para jugar en el Madrid y pasar a la historia como uno de sus jugadores más icónicos. Fue el futbolista que todos los niños querían imitar, el hijo que madres y padres querían tener y el novio que multitud de chicas soñaban con conquistar. El hoy director de relaciones institucionales del Real Madrid, sigue conservando intacta la misma elegancia con la que se movía por los terrenos de juego, ahora trasladada a los despachos, donde representa como nadie los valores de un club que cada día es más grande gracias a leyendas como la suya.